El mes de mayo se caracteriza por ser el mes de las madres, de las flores, de la Virgen María y de las Primeras Comuniones en la religión católica. Fui catequista de Primera Comunión por más de 15 años y en esa época los meses de mayo y junio eran de mucho estrés, pero también de gran satisfacción personal. No sólo asistía a la Comunión de mis niñitos (a quienes en casualidades maravillosas me encuentro y aunque me cuentan que ya se graduaron en la universidad o están a punto de casarse, para mí siguen siendo mis niñitos) sino también asistía al sacramento de hijos de familiares y amigos. Casi siempre era la misma escena, aunque podría detallar una que representaba a la mayoría de éstas.
Eran casi las diez de la mañana, hora pautada para la Primera Comunión, y ya la Iglesia estaba repleta. Padres, abuelos, tíos, padrinos, primitos y otros tipos de familiares esperaban ansiosos la entrada de los niños. Al fin, empezó a sonar la música y, presididos por un sacerdote, entraron 40 niñitos en fila, portando hermosos vestidos blancos en el caso de las niñas y trajecitos azules los varones.
Mientras el sacerdote daba el sermón, yo observaba a mi alrededor dándome cuenta que una vez más, como en tantas comuniones a las que he asistido, la señora que estaba a mi lado vestía como si fuera a una discoteca y el señor de más allá estaba a punto de quedarse dormido. Cuando posé mi mirada en el grupo de primo comulgantes, noté cuán vaporosos y elegantes eran los trajes de los niños. Escuchaba cómo unos papás del banco de atrás conversaban preocupados sobre el festín que habían preparado para celebrar la Primera Comunión de su hijo Juanito y no estaban seguros si la agencia de festejos contratada era la más idónea.
Y me preguntaba: ¿Cuánto tiempo habrán invertido los padres que están aquí en la preparación de la Primera Comunión de sus hijos? Pero, ¿acaso es sólo tiempo lo que realmente se invierte? No, lamentablemente no.
Es bien sabido que todo sacramento per se es una celebración y por ello se necesita dedicarle tiempo. Pero también es muy cierto que esas horas no necesariamente son dedicadas a una preparación espiritual del niño, sino que se invierten en el diseño y confección del traje del primo comulgante, en las flores que decorarán el templo, el menú del desayuno y/o almuerzo de celebración, la selección del fotógrafo que inmortalizará las imágenes de ese día… En fin, todo lo que supuestamente esté de la mano con la festividad, porque a falta de un compromiso real, buena es una real fiesta. Pero, ¿acaso no hay un compromiso verdadero por parte del niño y/o de sus padres en la Primera Comunión?
El padre Humberto, el sacerdote que preside la Misa a donde asisto los domingos y con quien trabajé de la mano en mi época de catequista, asegura que más del 80% de los niños asisten a la Misa dominical durante su período de Catequesis y luego de la Primera Comunión, no vuelven sino hasta que se quieren confirmar. Un fotógrafo de eventos sociales (que ha cubierto innumerables comuniones), me hizo saber que en una oportunidad una madre estaba más pendiente de darle directrices a su hijo sobre cómo mirar a la cámara en el momento de tomar la hostia, que de elevar una oración dando gracias por recibir a Jesús en el Sacramento por primera vez.
Por supuesto, es lógico que en un evento tan especial los padres se preocupen no sólo por la fotografía, sino también por el traje y la comida de celebración que vaya a venir después, porque estas son expresiones de la alegría que se tiene por el hijo que recibe el Sacramento. También podríamos decir que el domingo es prácticamente el único día que tienen los niños y adolescentes para descansar de las múltiples actividades de la semana y por eso no pueden asistir a Misa como lo pide el padre Humberto.
De hecho, no sólo son los niños quienes carecen de tiempo los domingos, sino también los padres tienen una agenda limitada no sólo el séptimo día, sino toda la semana. Es por ello que no pueden dedicar tanto tiempo como quisieran a la preparación espiritual de sus hijos, sino que se lo dejan al catequista de turno. Al fin y al cabo, ¿no es ese el trabajo del catequista?
Muchas parroquias están tan convencidas de que debe haber una catequesis en casa, que paralelamente al curso para Primera Comunión de los niños, imparten un taller a los respectivos padres.
Sin embargo, sabemos que el compromiso real debe venir del primo comulgante y su fe se puede fortalecer con el tiempo. Aunque también es cierto que la guía del niño son sus padres, y si éstos pretenden que su pequeño haga la Primera Comunión, deben tener siempre presente que no importa cuán fastuosa sea la celebración ni el traje de la Primera Comunión. Lo realmente valioso es la preparación espiritual y el compromiso adquirido con Jesucristo al recibirlo en el Sacramento.
Soy católica practicante y estoy consciente de la diversidad de religiones y creencias en el mundo entero, las cuales tolero, respeto y hasta agradezco, porque tengo la convicción de que una profunda conexión con Dios –bajo la óptica que sea- puede ser una herramienta maravillosa para crecer como personas, pero también para contribuir con el bienestar del mundo. Si tenemos un niño a quien guiar, no perdamos la oportunidad de inculcarle la fe, la espiritualidad y la certeza de que está aquí porque un Creador bondadoso tiene un propósito maravilloso para él en la tierra. Si no es nuestro hijo, hagamos esto con el visto bueno de sus padres, porque el respeto –como todo en la vida- también debe enseñarse, pero no sólo con palabras sino también con el ejemplo. ¡Obras son amores y no buenas razones!
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