Por una razón me llaman bruja | La Nota Latina

Por una razón me llaman bruja

 

Los pies, cuando llegan las diez de la noche, se vuelven fósforos apagados. Nueva York no anda nada tímido, exponiendo su sudor, se acuesta en las orillas del tren. Unas cosas se esconden con la noche, otras cosas no. En una cajita ha guardado los pensamientos, como en los días cuando los ojos pesan más que el cemento del apartamento.

Voces ruedan por el borde de las cortinas lavenders. Un viento invernal entra. Todavía huele al arroz que se cocinó hoy. Papi spoke about la tierra que tenía desde lejos, el terreno virgen donde nadie había puesto sus patas sucias y la señales de cellphones no entran, suya, y de nadie más. Mami escuchaba atentamente para poderle responder con palabras agudas.

 

—Háblame en un español de ahora, yo no sé lo que es una alhaja— le respondía a él con mucha precaución, mirando la televisión en mute. Hoy quisiera que hubiera remedies que anestesien el sentir. Solo encuentro las superstitions en los signos de la pared. La escoba está al revés detrás de la puerta, y sé que mañana no está tan lejos. Ojalá no fuera así.

¿Cómo se ignora el sexto sentido de una mujer? ¿Cómo se ignora ese pensamiento oscuro?

Tonight se sientan los demonios a tomar un coffee con lo que tengo. Oigo los consejos lloviendo como relámpagos de fuego. Me espantan, quiero, necesito pensar que el futuro está tan lejos que no puedo tocarlo. Un crucifijo me empuja a pensar que el zumbido de lo de adentro es más que un mensaje para ponerle un stop a la melancolía.

¿No es así que se vive? Un día por day sin ir más allá y no buscar lo que no se ha perdido. La abuela Pura decía que había que llevar un remedio para calmar las ansias. He heredado el discovery (el ver las cosas antes de que pasen), el hacerme la loca se ha hecho mi segundo trabajo. A virgin me observa diciendo que no mezcle la religión con mis absurdas creencias mundanas. Que saque el rosario, que me despida del agua de Florida por el fregadero, me desenrede el cabello y me quite la venda, que me arrodille lentamente y ruegue hasta que memorice los pecados que no he cometido y se desaparecen las tamboras.

—Lo veo más claro que el agua. Ese hombre te va a fallar— tapándose los oídos me clavó en una burbuja. A veces the advices de los viejos no valen tanto hasta que se visten de nombres y hechos. Y cuánto da miedo ver el corazón estrujado, desde que el tiempo se ha entregado  como lo único sagrado que aún se puede brindar.

— Por favor viejo, no asustes a la pobre muchacha—la voz de mami se pierde entre los sonidos de la televisión y el cuadrito de la puerta que dice “Dios bendiga nuestro hogar” se queda con la boca abierta. El agua bendita se bautiza a sí misma escuchando las conversaciones. Todavía queda un poco de alcanfor en la mesa pálida para que se lo beban los muertos. ¿Será que también tienen la sed que vive en mí? Llega la hora de regresar el rosario, padre nuestro, santificado sea tu nombre, y el cabello agridulce y descuidado con su nido que pinta una vida misma… me llama bruja, suenan los tambores con un ruido contagioso, y todavía no me creo el cuento hasta que esta misma noche pase, los fósforos de nuevo se prendan, y las predicciones de un corazón roto fallen por primera vez mientras se desnuda la noche en una oración de barrio.

 

Redes: @mujercovoz_poetry

Fior E. Plasencia
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