No sé, exactamente, cuando comenzó el gusto por viajar. Sin duda, debieron influir los largos viajes que siendo niña realizábamos desde nuestro lugar de residencia al que vivía nuestra familia. El tren era para mí una aventura, pese a que el trayecto durase entonces más de 16 horas. Era tiempo de soñar, de ver por la ventanilla paisajes absolutamente distintos e intuir maneras de vida diferentes. Con esa imagen fui creciendo y, en la medida de mis posibilidades, descubriendo esos otros mundos relativamente cercanos. Así confirmé que estaba en lo cierto, que somos iguales y somos distintos. Que nos unen costumbres y nos separan hábitos. Que usamos los mismos condimentos y dan lugar a diferentes comidas. Y seguí creciendo, al menos en edad. Las posibilidades para disfrutar de viajes y gastronomía han sido desiguales en función de cada etapa vital, pero he aprovechado cada una de ellas. Y lo sigo haciendo sin dejar de ser periodista en la radio, profesión con la que también soñaba y que se ha convertido en mi sustento económico. Lamento que por largos que sean mis pasos y larga mi vida, nunca habrá tiempo suficiente para conocer todas las maravillas que esconde nuestro mundo. Pero lo realmente terrorífico es que no sepamos conservarlas. Aprieto mi paso, planifico nuevos destinos y sigo en ello. Me queda mucho por conocer dentro y fuera de España, donde vivo. Me queda mucho por viajar, mucho por leer, mucho por vivir. Y ójala pueda hacerlo junto a mi familia, a la que quiero por encima de todo.