El gato Panza, un cuento de Silvia C. Rodriguez | La Nota Latina

El gato Panza, un cuento de Silvia C. Rodriguez

Mi nombre es Panza, soy un gato “Siamés” y a mis veinte años tengo varias historias que contar.

Mi primer recuerdo se remonta a al año dos mil. Cuando yo apenas era una bolita de pelos, llegué a un departamento del centro de Minneapolis. Allí, se encontraba mi mamá humana sin sospechar de mi llegada y como no siempre tengo pelos en la lengua, les digo que, el inicio de mi vida no fue muy agradable.

El gato Panza, un cuento de Silvia C. Rodriguez
Silvia y Panza.

Después de ser separado a muy temprana edad de las garras de mi primera madre, ósea la felina, duré encerrado en una cárcel por varios días. Me metieron a una jaula, era tan pequeña que no podía correr; pero en realidad no me importó mucho en esos momentos, ya que lo único que hice fue acurrucarme en una esquina y pensar que tipo de delito habría cometido para estar encarcelado. Por mi mente cruzaron varias teorías: tal vez porque se me pasó la garra al estar jugando con uno de mis hermanitos y le rasguñé una oreja, o quizás por morderle la cola a mi mamá o por meter las cuatro al plato de la leche. Confieso que fui un tanto arrebatado.

Tampoco puedo negar que lloré bastante, no quiero decir que, por cobarde, más bien fue porque ¡me agarró un dolor de oídos y de cabeza, que para que les cuento!

Así que ya se han de imaginar, la impresión de ese día, 1ro. de noviembre del 2000, fue un tanto traumatizante. Todo parecía estar perdido, creí que mi corta vida terminaría muy pronto. ¡Qué equivocado estaba!

Panza en su nuevo hogar

Primero se presentó mi super héroe, es como yo llamo a mi papá, aunque mucha gente lo conoce como Gus.  Él me rescató de ese sitio tan funesto que me enfermó, y me llevó a conocer a mi gran amor.

Mi mamá me regaló una dulce mirada acompañada de las palabras más tiernas que yo escuché por primera vez en mi vida, ¡ah! ¿Cómo olvidar ese momento? —¡Qué cosita tan más hermosa! Shhh, ¿por qué lloras chiquitín? Ven conmigo, no tengas miedo —extendió sus brazos para abrazarme muy cerquita de su corazón y cuando lo escuché latir, sin poder evitarlo comencé a ronronear, en ese instante todo mi temor se desvaneció y caí en las redes de su amor. Cerré mis ojos y al fin supe que todo estaría bien, mi instinto gatuno me lo dijo.

Las caricias de esa mujer aminoraron las molestias y el dolor que sentía. Así, sus manos entrelazadas entre mi pelaje hicieron que cayera en un estado de relajamiento profundo, hasta quedar dormido; aunque no por mucho tiempo…

El dolor de oídos fue tan intenso, que desperté sin poder mover ni siquiera un pelo y las lágrimas no dejaron de correr por mis ojos semi abiertos. De pronto, no sé ni cómo me encontré en brazos de una persona a la cual llaman doctora, pero yo, después de un piquete y varios “tratamientos” o mejor dicho luego de recibir distintos tipos de torturas, la llamé mi archienemiga.

Mi mamá me abrazó, me acurruqué adentro de su abrigo y salimos de ese odorífero lugar a tomar un autobús. Hasta el día de hoy, yo creo que esa visita al hospital fue innecesaria, siempre he pensado que los brazos de mi mami me hicieron mejorar. Ya en camino a nuestro hogar, fue sorprendente mi mejoría, por lo que decidí asomar la cabeza por arriba del saco de mi mamá y al ver su cara, me dio tanto gusto que le hablé, ella me acarició y yo de felicidad seguí maullando. De repente el autobús paró y el señor que lo manejaba comenzó a caminar en nuestra dirección; la mueca de su cara me hizo pensar que estaba muy molesto. —¡Baje del autobús, aquí no se permiten animales! —dijo con fastidio, y no nos quedó otra opción que bajar por la puerta trasera.

Parados en la acera, un tanto congelados, ya que la temperatura marcaba varios grados bajo cero, esperamos hasta poder tomar un taxi y fue entonces que mi mami se enteró de que tenía que comprar una caja transportadora para mí, es decir un “pet taxi”.

Todo marchaba de maravilla en mi nuevo hogar, transcurrieron varias semanas de alegría, diversión y viandas de comida, pero por un motivo desconocido, mi suerte cambió. ¡Una vez más me enfrente a mi archienemiga! —Esta vez no me agarrará débil, estoy fuerte y listo para pelear —pensé y me puse en posición de batalla. Cuando se acercó a mí, traía consigo un arma afilada, intentó picarme con ella, pero falló ¡la sorprendí al sacar mis uñas y le di tremendo zarpazo acompañado del poder de mi gruñido!  —¡Aja! Grrr, —Cuando vi salir volando su espadilla, creí que tenía las de ganar, fue entonces que mandó traer refuerzos y se echaron encima de mí. No fue un combate justo. Así que volví a recibir otra dosis de martirio. Después logré descubrir el lenguaje secreto de mi contrincante, el código se llama vacuna. Así que, si por algún motivo escuchan esa palabra, ¡Huyan, corran!

Me despido ya que necesito cumplir con mi deber de acumular las horas necesarias de dormir en este día.

Que duerman tan bien como lo hago yo ¡Miau!🐾

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