Francois Lurton, sabe extraer de las uvas sabores prodigiosos. En las copas, sus vinos se aterciopelan y su aroma compite con el perfume. Dueño de varias viñedos ubicados en Francia, Argentina, Chile, Portugal y España, ahora suma a si producción California, Estados Unidos. Conoce la historia de este francés que se empeña en tener contentas a las viñas para que produzcan las mejores uvas.
Su apellido sabe, huele y es sinonimo de vino.
Francois Lurton, propietario de varias bodegas esparcidas por el mundo y compradas con el mismo entusiasmo que el productor pone para elaborar sus vinos, pertenece a la cuarta generación de una familia de bodegueros.
Con la misma naturalidad con la que toma un avión para desplazarse a comprobar el desarrollo de sus viñedos en Francia, Argentina, Chile, Portugal o España, el bordelés se implica en la elaboración de nuevos vinos apoyado en la complicidad de los enólogos a los que, en breve, se sumará un nuevo equipo nuevo para los viñedos que, recientemente, ha adquirido en California.
Haber gateado entre cepas en su más tierna infancia y trabajado en los viñedos desde la juventud, probablemente, ha contribuido a solidificar en su memoria recuerdos olfativos y gustativos que ahora en su madurez, aplica al voluntario y férreo compromiso de elaborar vinos cargados de aromas para conquistar los paladares del mundo entero.
Lurton se empeña en tener contentas a las viñas para que produzcan las mejores uvas. Si un día las cepas se secaran definitivamente, Francois Lurton emplearía todo su esfuerzo hasta conseguir recuperarlas porque no concibe otra vida que no sea la que tiene. No planificó ser bodeguero, aunque la profesión corriera por sus venas y fue esa la vida en la que él y su hermano, socio en alguna etapa de su vida empresarial, fueron amamantados. Empezó estudios que no concluyó por acudir a la llamada paterna, en un momento de necesidad. Con él trabajó 10 años antes de “independizarse” y crear su propio negocio. Fuera ese el destino o el mero resultado de una casualidad, Francois se convirtió de esta manera en nuevo miembro de la saga bodeguera a la que no solo nunca se ha planteado renunciar sino que su incesante trabajo ha engrandecido.
Abandono o renuncia son dos palabras que no figuran entre el vocabulario del fluido español con el que Lurton puede pasar horas hablando ante sus interlocutores de sus vinos, de sus tierras, de sus viñedos, de sus bodegas: de sus hijos, porque así los considera.
Unos hijos a los que mima en cada presentación en sociedad y a los que anima a conocer, como recientemente lo hizo en Bilbao (España). El, mejor que nadie, conoce su diversidad, sus matices, sus retrogustos, sus posibilidades de maridaje. Y por eso no comprende que haya consumidores que, una vez encuentran un caldo de su gusto, no se sientan tentados a continuar con la exploración en el vasto mundo de sabores. Deseosos de investigar la mejor compañía para cada momento porque, dice, cada momento tiene un vino. Y, posiblemente, cada vino tenga una compañía.
Generoso como es, Lurton no duda en divulgar y compartir su conocimiento, que es mucho, entre sumilleres, clientes o humildes periodistas, como es el caso de quién escribe. Una periodista que redacta estas líneas con una de vino Campo Eliseo ( vino D.O Toro) mientras asiente al repasar mentalmente la conversación mantenida en torno a una mesa con el maestro vigneron.
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